“El primer congreso feminista” y “Las primeras mujeres profesionistas en México”

Por: Dirección de Comunicación Social - 2 de septiembre, 2015

A lo largo de la historia, en las sociedades tradicionalistas la mujer se ha visto relegada a representar un papel de “encargada o administradora del hogar”, sin que se le considere con aptitudes e incluso derechos para poder ejercer una actividad profesional económicamente remunerada.

Estos y otros conceptos fueron desarrollados por los historiadores que se congregaron en el Coloquio de “Historia de las Mujeres en México”, donde la Doctora en Historia Diana Arauz, de la Universidad de Zacatecas, dictó la conferencia titulada “Las primeras mujeres profesionistas en México”, y la doctora Rosa María Valles, quien fue la primera mujer que presidiera una sociedad de alumnos en la Escuela Preparatoria Nocturna de la UJED y actualmente se desempeña como investigadora en la Universidad Autónoma de Hidalgo, disertó sobre “El primer congreso feminista”.

Ambas historiadoras coincidieron en resaltar que la mujer se incorporó al ámbito laboral como profesionista hasta el siglo XIX en la mayoría de los países europeos.

En el tema del Congreso Feminista en el estado de Yucatán, la Dra. Rosa María Valles explicó en el desarrollo de su ponencia que: “Hace casi un siglo, en enero de 1916, se efectuó en Mérida, Yucatán, el Primer Congreso Feminista, acontecimiento insólito que congregó a 615 mujeres de México, en un país cuyo censo era de más de 15 millones de personas, de las cuales el 75% eran analfabetas. Del 23 de noviembre al 3 de diciembre de ese mismo año, también en Mérida, Yucatán, se llevó a cabo el Segundo Congreso Feminista, evento del que existen escasos registros en la Hemeroteca Nacional. El acceso a la colección privada de la revista Mujer Moderna, dirigida por Hermila Galindo, secretaria particular del presidente Venustiano Carranza, permitió reconstruir una crónica —la cual se presenta en este artículo—de lo ocurrido en aquel evento. Uno de los temas más polémicos fue en torno al sufragio femenino.

Noventa delegadas se decidieron por el derecho a ser elegidas; 60 optaron por que las mujeres no debían aspirar “aún” al derecho a ser votadas.

La historiadora destacó que “los congresos feministas de 1916 fueron muy importantes no sólo porque las mujeres mexicanas se expresaron públicamente, por primera vez, en su idea acerca del papel que jugaban en la sociedad y, al mismo tiempo, exigieron que se les reconocieran derechos políticos, sino también porque ejercieron un diálogo con el Estado y sentaron un importante precedente para las luchas feministas de los años posteriores”.

La Doctora Diana Arauz expresó que “en el caso de México, es en el siglo XIX que las mujeres empezaron a inscribirse en las escuelas de educación superior y lograron obtener un título profesional, como es el caso de Margarita Chorné, que el 18 de enero de 1886 presentó su examen profesional en la Escuela Nacional de Medicina para llegar a ser la primera mujer dentista en el país, y Matilde Montoya, quien el 24 de agosto de 1887, después de una serie de problemas de tipo académico, logra titularse como la primera médico cirujano en la República Mexicana. A partir de esta época, una pléyade de jóvenes mexicanas como Columba Rivera en 1900, Guadalupe Sánchez en 1903, Soledad Régules Iglesias en 1907 y Antonia Ursúa en 1908, empiezan a egresar de las instituciones de educación superior de todo el país”.

Recalcó que “los inicios de las mueres en la educación se vieron marcados por estudiar profesiones que les ayudaran a su labor en el hogar, como ‘cuidadoras de la familia’, como lo fue la medicina con la especialidad en obstetricia o dentista”.

En este contexto, las mujeres eran educadas en el ámbito doméstico para el manejo de la casa, aprendiendo también a coser, bordar, cocinar, tocar algún instrumento musical o cantar; solamente a algunas de ellas, provenientes de la clase media, se les permitió incorporarse al trabajo remunerado, pero exclusivamente como maestras de escuelas de «parvulitos», como se les conocía, y con sueldos muy inferiores a los varones, dijo.

Citó que el tratar de asistir a una escuela no era visto con buenos ojos por la mayoría de las familias, quienes se negaban a que sus hijas asistieran a escuelas que eran “sólo para hombres”. Eran opiniones frecuentes las que consideraban a las mujeres estudiantes de preparatoria como “perversas”, por encerrarse en los laboratorios de física, que eran lugares poco iluminados, y además “porque permanecían con un montón de hombres durante casi una hora con las puertas cerradas”; las mujeres decentes deberían de estar en su casa a más tardar a las cinco de la tarde.